

La uniformidad mata a las minorias, y es en las minorias donde esta la semilla del cambio...
Después de tantísimos años criando malvas bajo tierra en esta fosa común, los fusilados observamos con ansiedad el debate creado en torno a nuestros cadáveres agujereados por el cerebro. Tras los setenta perdimos toda esperanza de que alguien se acordara de nosotros. En aquella ocasión, el status político y militar dijo que era mejor no remover el pasado y se callaron como zorros. La reconciliación se hizo para que golpistas y seguidores durmieran tranquilos, y para que nuestros descendientes y simpatizantes se resignaran a morir sin poder orear dignamente nuestros huesos. Por eso, muchos seguimos sin creernos lo de la transición.
Hoy casi no tenemos aspiraciones políticas, nos sentimos defraudados. Dimos nuestra vida por el gobierno legítimo de izquierdas y mira en lo que se han convertido éstas. Sólo aspiramos a que nuestros descendientes y algún simpatizante que nos queda, aireen nuestros huesos y los quemen para que nuestras cenizas puedan navegar en la marea. Yo, al menos, si me desentierran quisiera que botaran mis cenizas al mar. Estoy harto de tanta tierra y raíces de hierbajos, necesito agua salada urgentemente. Y no se les ocurra hacerme una misa. ¡Lo que faltaba! Encima que fueron los curas quienes se chivaron de aquella reunión de aparceros en el empaquetado de tomates, ahora pretenden erigirse en salvadores de mi alma. No necesito que ningún mea pilas me redima. Ellos se chivaron del estibador que llegó de Las Palmas a informarnos de la huelga cuando nosotros discutíamos cómo controlar el pesaje del tomate para que el patrón no nos estafara. Y por eso nos fusilaron. Claro que era rojo, ¿y qué, pasa algo? Hay quien dice que todavía es un delito serlo y que por eso todos los políticos son iguales. No lo sé, pero me da igual, ¡que les den!, sólo espero que la brochita de alguna arqueóloga me acaricie y me quite la tierrilla de la cavidad ocular y oreen mis huesitos para ver cumplido mi sueño de desleírme en la marea. Es una obsesión que tengo desde que me enterraron aquél 19 de julio del 36. Tengo ganas de limpiarme la tierra llena de sangre. Necesito que laven mi historia falseada. Sólo éramos aparceros rojos del sur de la isla. No nos dejaron ni resollar, y lo que más me jeringa es que después abusaron de nuestras familias. A la mía nadie la ayudó y en el pueblo dejaron de saludarla. Cuando la transición nadie la redimió de tantas amarguras, jueces y políticos echaron más tierra sobre nuestra fosa para que gobernaran los hijos de los de siempre ¡Los muy malditos! Qué quieren que les diga: esta Ley de la Memoria tenían que haberla hecho hace treinta años, cuando fue un clamor popular y cuando mis hijos estaban vivos, no ahora cuando es una ocurrencia de un aspirante a estrella. ¡Sáquennos de aquí, vótenme a la marea y olvídense de mí, que nadie se arraye un millo a cuenta de mis costillas!
PACO DÉNIZ
Amigos míos:
Seguramente esta es la última oportunidad en que me pueda dirigir a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Portales y Radio Corporación.
Mis palabras no tienen amargura, sino decepción, y serán ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron… soldados de Chile, comandantes en jefe titulares, el almirante Merino que se ha autodesignado, más el señor Mendoza, general rastrero … que sólo ayer manifestara su fidelidad y lealtad al gobierno, también se ha nominado director general de Carabineros.
Ante estos hechos, sólo me cabe decirle a los trabajadores: ¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente.
Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen… ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.
Trabajadores de mi patria: Quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la ley y así lo hizo. En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes,. quiero que aprovechen la lección. El capital foráneo, el imperialismo, unido a la reacción, creó el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición, la que les enseñara Schneider y que reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas, esperando con mano ajena reconquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios.
Me dirijo, sobre todo, a la modesta mujer de nuestra tierra, a la campesina que creyó en nosotros; a la obrera que trabajó más, a la madre que supo de nuestra preocupación por los niños. Me dirijo a los profesionales de la patria, a los profesionales patriotas, a los que hace días estuvieron trabajando contra la sedición auspiciada por los Colegios profesionales, colegios de clase para defender también las ventajas que una sociedad capitalista da a unos pocos. Me dirijo a la juventud, a aquellos que cantaron, entregaron su alegría y su espíritu de lucha. Me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a aquellos que serán perseguidos… porque en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas horas presente en los atentados terroristas, volando los puentes, cortando la línea férrea, destruyendo los oleoductos y los gasoductos, frente al silencio de los que tenían la obligación de proceder: estaban comprometidos. La historia los juzgará.
Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz no llegará a ustedes. No importa, lo seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos, mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal a la lealtad de los trabajadores.
El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse.
Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.
¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!
Éstas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.
GERVASIO SANCHEZ (PERIODISTA Y FOTÓGRAFO) DURANTE LA ENTREGA DE LOS PREMIOS ORTEGA Y GASSET ESTE 7 DE MAYO. El contenido de este discurso fue omitido por los medios.
Estimados miembros del jurado, señoras y señores:
Es para mí un gran honor recibir el Premio Ortega y Gasset de Fotografía convocado por El País, diario donde publiqué mis fotos iniciáticas de América Latina en la década de los ochenta y mis mejores trabajos realizados en diferentes conflictos del mundo durante la década de los noventa, muy especialmente las fotografías que tomé durante el cerco de Sarajevo.
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Quiero dar las gracias a los responsables de Heraldo de Aragón, del Magazine de La Vanguardia y la Cadena Ser por respetar siempre mi trabajo como periodista y permitir que los protagonistas de mis historias, tantas veces seres humanos extraviados en los desaguaderos de la historia, tengan un espacio donde llorar y gritar.
No quiero olvidar a las organizaciones humanitarias Intermon Oxfam, Manos Unidas y Médicos Sin Fronteras, la compañía DKV SEGUROS y a mi editor Leopoldo Blume por apoyarme sin fisuras en los últimos doce años y permitir que el proyecto Vidas Minadas al que pertenece la fotografía premiada tenga vida propia y un largo recorrido que puede durar décadas.
Señoras y señores, aunque sólo tengo un hijo natural, Diego Sánchez, puedo decir que como Martín Luther King, el gran soñador afroamericano asesinado hace 40 años, también tengo otros cuatro hijos víctimas de las minas antipersonas: la mozambiqueña Sofia Elface Fumo, a la que ustedes han conocido junto a su hija Alia en la imagen premiada, que concentra todo el dolor de las víctimas, pero también la belleza de la vida y, sobre todo, la incansable lucha por la supervivencia y la dignidad de las víctimas, el camboyano Sokheurm Man, el bosnio Adis Smajic y la pequeña colombiana Mónica Paola Ojeda, que se quedó ciega tras ser víctima de una explosión a los ocho años.
Sí, son mis cuatro hijos adoptivos a los que he visto al borde de la muerte, he visto llorar, gritar de dolor, crecer, enamorarse, tener hijos, llegar a la universidad. Les aseguro que no hay nada más bello en el mundo que ver a una víctima de la guerra perseguir la felicidad. Es verdad que la guerra funde nuestras mentes y nos roba los sueños, como se dice en la película Cuentos de la luna pálida de Kenji Mizoguchi.
Es verdad que las armas que circulan por los campos de batalla suelen fabricarse en países desarrollados como el nuestro, que fue un gran exportador de minas en el pasado y que hoy dedica muy poco esfuerzo a la ayuda a las víctimas de la minas y al desminado. Es verdad que todos los gobiernos españoles desde el inicio de la transición encabezados por los presidentes Adolfo Suarez, Leopoldo Calvo Sotelo, Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero permitieron y permiten las ventas de armas españolas a países con conflictos internos o guerras abiertas.
Es verdad que en la anterior legislatura se ha duplicado la venta de armas españolas al mismo tiempo que el presidente incidía en su mensaje contra la guerra y que hoy fabriquemos cuatro tipos distintos de bombas de racimo cuyo comportamiento en el terreno es similar al de las minas antipersonas. Es verdad que me siento escandalizado cada vez que me topo con armas españolas en los olvidados campos de batalla del tercer mundo y que me avergüenzo de mis representantes políticos.
Pero como Martin Luther King me quiero negar a creer que el banco de la justicia está en quiebra, y como él, yo también tengo un sueño: que, por fin, un presidente de un gobierno español tenga las agallas suficientes para poner fin al silencioso mercadeo de armas que convierte a nuestro país, nos guste o no, en un exportador de la muerte.
Muchas gracias.
Por Ignacio Ramonet, en Le Monde Diplomatique
Va a ser un mes futbolero. En Suiza y Austria comienza, el 7 de junio, la Eurocopa. Dieciséis selecciones nacionales se enfrentan, en 31 partidos, hasta la final del domingo 29 en Viena, en el remozado recinto Ernst Happel (antiguo Estadio Prater, usado durante la Segunda Guerra Mundial como campo de detención de judíos austríacos...).
Austria espera la llegada de entre 1,5 y 2 millones de visitantes. ¡Un incremento del 25% de su población! Poca cosa sin embargo, comparado con los quinze mil millones de telespectadores que verán la competición en sus receptores (1). Esa colosal masa de consumidores constituye Eldorado que muchos codician. El fútbol se ha convertido en un espectáculo de pantalla. Pertenece menos al mundo del esfuerzo físico que a la esfera de la cultura de masas. Sus estrellas son las personalidades mediáticas más universales. En el reciente Festival de Cannes, el "futbolista del siglo" Diego Maradona -a quien el cineasta Emir Kusturica ha consagrado un documental- ha sido el "divo" más aplaudido.
Y Ken Loach, uno de los más prestigiosos directores cinematográficos (ganó en Cannes la Palma de oro en 2006 con El Viento que agita la cebada ), está realizando, con otro jugador mítico, Eric Cantona, una película sobre los hinchas del Manchester United, vencedor de la última Liga de Campeones.
El fútbol es más que un deporte. Como dicen los sociólogos, es un "hecho social total". Traduce la complejidad de una época. Seduce por sus reglas sencillas. Por su combinación de talentos individuales y de esfuerzo colectivo. Es una metafora de la condición humana. Con más perdedores que ganadores. Donde no todo es épica. Los más afanosos, como en la vida, no siempre ven sus esfuerzos recompensados. Hay reveses de fortuna, fullerías, injusticias. A menudo también malos tragos y desesperación.
Asimismo, es una alegoría de la guerra (o de la lucha por la vida). Su terminología lo delata: "atacar", "defender", "disparar", "contratacar", "resistir", "fusilar", "matar", "vencer", "derrotar". Ver un partido puede provocar ansiedad, estrés... y hasta infartos.
Es también el deporte político por antonomasia. Se sitúa en la confluencia de cuestiones contemporáneas como la pertenencia, la identidad, la condicion social, e incluso -por su carácter victimario y místico- la religión. Con sus graderíos abarrotados, los estadios se prestan a los ceremoniales nacionalistas y a los rituales identitarios o tribales que desembocan a veces en enfrentamientos entre seguidores fanatizados.
Algunos califican al fútbol de "plaga emocional" o de "peste delirante". Otros siguen considerando que es el deporte-espectáculo más fascinante. Aunque no ignoran sus lacras que la globalización ha agravado. Porque ésta enardece la pasión por el dinero y valoriza sobre todo los aspectos económicos.
A propósito de la Eurocopa, los patrocinadores (bebidas, ropa deportiva, automóviles, etc.) han pagado más de 400 millones de euros. Y los derechos de difusión por televisión y telefonía móvil, adquiridos por 170 países, se han vendido por más de mil millones de euros. La FIFA dispone de un presupesto superior al de un país como Francia, y espolea el proceso de liberalización económica del fútbol.
Adidas, Nike, Puma y Umbro inundan el planeta con sus mercancías-fetiche: botas, camisetas, balones, fabricados en las zonas más empobrecidas del mundo, por obreros sobreexplotados, y vendidos a precio de oro en los países ricos. Una camiseta deportiva, que cuesta en España unos 75 euros, equivale a tres meses de sueldo de un niño-trabajador de la India. El fútbol deja ver así las contradicciones y las explotaciones que singularizan a la globalización, y sus desigualdades más manifiestas.
Algunos equipos se cotizan ahora en Bolsa como cualquier valor. De modo que lo que está en juego en ciertos partidos, sin que lo sepan los aficionados ni los futbolistas, es el alza o la bajada del precio de la acción del equipo-empresa. Por ambición de lucro, muchos millonarios invierten en clubes de fútbol. Sobre todo de la Liga inglesa. El más conocido es el ruso Roman Abramovich -el ciudadano de menos de 40 años más rico del mundo (13,7 mil millones de euros)-, propietario del Chelsea. O el multimillonario estadounidense Malcolm Glazer comprador, por más de mil millones de euros, del Manchester United. O el también ruso, Alexandre Gaydamak, de 32 años, dueño del Portsmouth, ganador, en mayo pasado, de la Copa de Inglaterra. El objetivo de estos inversores es el de aumentar al máximo la rentabilidad. Imitando el modelo del capitalismo deportivo norteamericano.
Resultado de esta globalización del fútbol inglés (que quieren imitar las demás Ligas europeas): los equipos británicos acaparan a los grandes jugadores. En el Campeonato del mundo de Alemania, en 2006, la Liga inglesa aportó el mayor número de seleccionados internacionales (14%). Y los clubes ingleses han dominado este año la Liga de Campeones. Revés de la medalla: algunos de los conjuntos más célebres, como el Arsenal, no alinean a ningún jugador inglés. Peor aún, el equipo nacional de Inglaterra no consiguió ni siquiera clasificarse para la fase final de la Eurocopa.
El mercado, el dinero y la ausencia de escrúpulos están imponiendo en el fútbol la ley del más rico. Aunque -por un mes- la Eurocopa haga ilusión, el patriotismo de las marcas privadas se está imponiendo. Así lo determina la tiranía del mercado.
A veces se califica de "opio del pueblo" a la religión para subrayar su función alienante y su vocación de distraer a la gente de la explotación a la que es sometida. El fútbol tiene hoy idéntica función. Por eso la globalización quisiera condenarnos, en cierto modo, a fútbol perpetuo. Para domesticarnos. Para que nunca despertemos de la nueva enajenación. ¿Hasta cuándo?
Notas:
“Es propio de los adultos observar con atención a las nuevas generaciones y tratar de determinar qué traen al mundo, en qué se parecen y en qué se diferencian de ellos. Es natural, pues la juventud es el mañana de toda sociedad. Por ello, al pretender conocer a la juventud tratamos de adivinar cuál será el mañana, pero a veces ese conocimiento adquiere un carácter algo peculiar. Veamos cuatro puntos de vista acerca de la juventud:"A nuestra juventud le gusta el lujo, está maleducada, se burla de los superiores y no respeta en absoluto a los ancianos. Nuestros hijos de hoy se han convertido en tiranos, no se ponen en pie cuando llega una persona de edad, contradicen a sus padres; hablando en plata: son muy malos""He perdido toda esperanza en cuanto al futuro de nuestro país si la juventud de hoy empuña mañana las riendas del poder, pues esta juventud es insoportable, impulsiva, simplemente horrible""El mundo en que vivimos ha alcanzado una fase crítica. Los hijos no obedecen ya a sus padres. Por lo visto, el fin del mundo no está ya muy lejos""Ésta juventud está podrida hasta el fondo de su alma. Los jóvenes son pérfidos y negligentes. Nunca se parecerán a los jóvenes de otros tiempos. La joven generación de hoy día no sabrá conservar nuestra cultura"La primera opinión pertenece a Sócrates, filósofo griego que vivió del 470 al 399 antes de nuestra era (a.n.e.); la segunda es de Hesíodo, poeta griego que vivió hacia el año 720 a.n.e. Pero no son ellos el origen de este pensamiento: el autor de la tercera opinión es un sacerdote egipcio que vivió hace más de 2.000 años a.n.e. y, por último, la cuarta y profética acusación se halló en una vasija de barro encontrada en las ruinas de Babilonia: la vasija en cuestión data de hace más de 3.000 años antes de nuestra era.Por tanto, al correr de los siglos y los milenios la juventud empeoró más y más, por lo que resulta incomprensible el modo en que la civilización pudo no sólo sobrevivir pese a la eterna 'perfidia' de los jóvenes sino lograr enormes progresos, testimonio de los cuales somos nosotros mismos."A. Múdrik.
EL VACILÓN DEL HIMNO
¡Chacho! Justo ahora que tenía pensado pedir la nacionalidad española van y ponen una redacción de 6º de EGB como letra del himno. No se lo cree nadie, ni siquiera el español más recalcitrante. Eso es lo peor, que no se lo creen ni ellos. El sondeo que han hecho las radios y las televisiones ha sido desolador. Desolador para los más ultras y un vacilón para el resto de ciudadanos y tertulieros. Pena daban algunos sevillanos que se empeñaban en hacerlo gracioso, pero ni eso. Un himno gracioso es extraño. A lo mejor, el error está en pensar que con una canción diferente la gente pudiera comenzar a creerse lo de España. Pero me temo que el problema es de fondo y algo muy serio para algunos. De ahí que solicitar a los chiquillos que hagan una propuesta identitaria al conjunto de los españoles que quedan parezca trivial en exceso. Quizás lo sea la idea misma de España, quizás ya es tarde para practicar la himnosis.
Yo no siento especial gusto por los himnos, las formas no son lo mío. Pero hombre, con las dudas, por no llamarlo descalabro, de la identidad española, plantear un concurso de redacción para un himno es un suicidio. Si me aceptan un consejo amable: esperen. Generen un consenso sobre la idea de España, dejen que se vayan todos los que no desean ser españoles, ilegalicen al PP, confeccionen otro mapa, reescriban su historia, pidan disculpas; en fin, hagan algo, pero no me convoquen una concurso de redacción ¡Faltaba más! ¡Hombre por favor!
La popularidad y querencia de un himno es un hecho fortuito. Contextos y razones incontroladas y absolutamente imprevistas, popularizan melodías y letras que sirven de referente a una comunidad que, con el tiempo, será nacional, social o un club de fútbol. Entonces el himno sonará natural, será de todos, pero sólo entonces. Por eso es mejor no preocuparse por tenerlo, ya saldrá si tiene que salir. Aunque tengan razones para estar nerviosos, no se apuren, no se desesperen, que la identidad de un pueblo no depende de una canción. Si la propuesta identitaria españolista del medievo ha provocado más deserciones que adhesiones, tendrán que inventarse otra, o suavizarla. Claro que tampoco la idea de una España progresista parece resonar en la piel de toro, parece de laboratorio. Simplemente, porque cuando ha tenido visos de existir, la propia españolidad la ha masacrado. Una identidad que ha sido sinónimo de chulería castrense y prepotencia, de desprecio a la diferencia y de curas, de horteras galas de verano en Murcia y de escenas de matrimonio en plena calle, siempre generará disidencias. Cantarle a eso es muy fuerte, y la gastronomía por sí sola no hace más dignos a los pueblos.
Con el himno de Canarias pasa lo mismo: no se lo cree nadie. No lo ha cantado el pueblo en una casualidad histórica. Nuestra canción y nuestro día, simplemente, están por llegar. Mientras, podríamos ensayar con La Marsellesa o con La Internacional. Los de antes, ¡eso sí eran himnos!